Zsadist estaba furioso cuando entró en la tumba con todos los hermanos.
Quería arrancarle la cabeza a Darius. Sólo clavarle la daga en el corazón y
acabar con él. Al diablo con las consecuencias, a la mierda con el rey y al
infierno con la Hermandad.
Claro que le tenía un poco de cariño al chaval. Después de todo, habían
ayudado a criarlo. Y Nalla amaba al chico. Ella nunca se lo perdonaría si
realmente hería al amor de su vida.
El pequeño hijo de puta.
Casi estaba decidido a cortarle la polla, pero una vez más, pensó que a su
Nalla no le gustaría eso.
Así que se aseguraría de infligir tanto dolor como le fuera posible.
Gruñó cuando entraron en el espacio abierto. La Virgen Escriba estaba allí
para supervisar el ritual y asegurarse de que ningún daño real caía sobre el
heredero de su raza.
Rápidamente, Darius se colocó. Estaba de pie con la espalda contra la
pared, agarrándose a las salidas que había. Lo miró directamente a los ojos,
sin miedo, sólo pura determinación, y no podía dejar de respetarlo por ello.
Tenía tres golpes.
Tres posibilidades para cortar, apuñalar o tajar.
Supo exactamente lo que iba a hacer.
Se enfrentó a Darius y comenzó su corte en la parte superior derecha de su
pecho, y corto. Corto, corto y corto, la daga nunca dejando su piel hasta
llegar a la parte superior izquierda de su pecho. Mientras la daga estuviera
tocando la piel, se contaba como un solo golpe, asi que le quedaban dos más.
Repitiendo el proceso, vio caer una lágrima de los ojos de Darius y Z sabía que
no era por el dolor físico. Darius sabía exactamente lo que Zsadist estaba
grabando en su piel.
Darius miró a Zsadist cuando este terminó.
Los cortes le habían herido profundamente, pero sólo por dentro. Sabía que
cuando se mirara al el espejo estos próximos días, vería el nombre de Nalla
grabado en su piel.
Quería echar sal en los cortes, para que las cicatrices se quedaran con él
para siempre.
Un extraño silencio descendió sobre todos los que estaban en la tumba como
si hubiera una sensación inminente de muerte en el aire.
Todos los hermanos lo miraban con respeto. Todos ellos levantaron sus puños
hacia él para chocar sus nudillos con los suyos, y sonrió a pesar del nudo en
su garganta.
Un día, él lideraría a estos machos, o a machos parecidos a ellos. Se había
ganado su lealtad y respeto. Ahora sólo tenía que mantenerlo.
Le dolió la cabeza cuando llegó a su padre, esperando la palmada habitual
en la espalda. Se sorprendió cuando se encontró en los brazos de su padre que
lo abrazaba con fuerza.
- Lo siento tanto, tanto, hijo mío.
Podía escuchar la cruda emoción en la voz de su padre. Su padre, que nunca
se disculpaba por nada.
Los hermanos fingieron estar muy interesados en las paredes de la tumba y
tuvo que sonreír a su pesar.
- ¿Qué tal si todos vamos de vuelta a la mansión? Me vendría bien un trago.
Bien hecho Z!
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